Seguridad

Con 110000 años ya soy mayor para poder ser más niño

El problema de tener un largo pasado es que el futuro se antoja más corto. Y cuando multiplicas por dos tu edad y miras el porcentaje de gente que supera a ese número, es fácil darse cuenta de que estas en la segunda mitad de la vida con mucha seguridad. Una segunda parte en la que, además, se tiende a luchar contra el cambio constante en el que circula la realidad. La teoría dice que has pasado la primera mitad de la vida aprendiéndote las reglas para no perder mano tras mano todos los juegos, y tienes información de primera mano de cómo funciona este juego, basada en cicatrices, golpes, caídas y varapalos, que te hacen pisar con más cuidado en los pasos que das. Es cuando se supone que comienzas a luchar contra el cambio de las reglas…. ahora que te las sabes.

Figura 1: Con 110000 años ya soy mayor para poder ser más niño

Sí, hoy, es el día de mi cumpleaños. Y lo llevo celebrando ya dos semanas, y dos semanas más que me quedan por delante. ¡Que son un total de 110000 años los que cumplo! Y esta vez, por fin, me he dado cuenta de que ya soy mayor. Por fin soy mayor. Y es guay. Porque cuando fuera mayor iba a poder ser lo que quisiera. Así que desde hace tiempo decidí que ahora que soy mayor y pudo ser lo que quiera, quería ser más niño, y no hacer cosas aburridas de mayores aburridos que se aburren con cosas que solo son aburridas y no importantes.

Es lo bueno de cumplir tantos años, puedo ser más niño aún. Porque ya puedo decidir lo que quiero. Porque ya soy lo bastante mayor como para elegir portarme más como un niño. Y es que los niños sí que saben qué es lo importante. El abrazo y el beso de mamá. Montar en monopatín con papaete. Jugar, no hacer muchos deberes, comer pizza y ver series con las que reírse y emocionarse. Los niños sí que saben lo que es bueno. El chocolate. La música. Los acertijos. Y los dibujos. Y yo quiero hacer cosas de esas buenas. No hay que llegar a ningún sitio. Ni lograr más que disfrutar las cosas.

Porque ya soy mayor y puedo hacerlo. Soy lo suficientemente adulto para leer cómics. Muchos, muchos, muchos comics. Para vaguear. Para jugar con los amigos todo el día a las cartas, a las maquinitas, y a los juegos de mesa. Para comer frutos secos y ver películas de superhéroes sin dejar de emocionarme viendo a los héroes salvando el mundo. Aunque los malos se lo pongan difícil. Y para maleducar a mis hijas y dejarlas comer dulces conmigo mientras vemos una peli de animales que cantan y bailan. Que me inviten a jugar a sus juegos.

Soy lo bastante mayor como para irme a la piscina con los colegas. Como para reírme de los chistes malos. Los que que son muy malos. He crecido tanto, tanto, tanto, que quiero pasarme la tarde dibujando sin pensar en nada serio más que en que me salga bien mi muñeco. Y un rato leyendo. Y una mañana montando en monopatín. Y pensar en monstruos de colores, cuernos y escamas que son amigos de los hackers para luego escribir un cuento del Dragón Matías. Soy tan mayor que no me da miedo el futuro. Ni el pasado. Tan mayor que me da miedo (pavor) no aprovechar bien el día tan bonito que hace hoy. Aunque esté lloviendo y haga frio. Me preocupa no levantarme contento por la mañana y sonreír a la gente con la que me cruzo en la calle porque estuviera aburrido de la vida. De las cosas. De lo que voy a hacer ese día.

He crecido tanto como para “ajuntar” a todos los niños del parque y del patio sin importarme si son de un lado o de otro. O mayores o menores. Para jugar al fútbol y ser portero si me ponen de portero, o jugar al baloncesto con la escalera de un columpio por canasta y tirar el triple del final de partido sin pensar que es de vida o muerte. Y perdonar a los niños malos que me hicieron daño, porque al final eran solo niños. Para tomarme menos en serio a mí mismo. Y quitarle hierro y sangre a las cosas malas que me han pasado. Para perdonarme muchos de mis errores. Para darme cuenta de que los niños y las niñas tienen que ser niños y niñas, y no seres útiles de ninguna maquinaria endiablada para la producción de nada. Soy tan mayor como para acostarme pronto porque me gusta dormir, y levantarme pronto porque el día ya ha empezado.

Como para leer a medias con mi hija un tebeo de Los Simpsons – una página yo, una página tú papaete – y reírnos con las tonterías de Homer juntos. Tengo tantos años que siento que mi hija mayor es más mayor que yo. Y que mi mamá es mi amiga pequeña. Con la que hago los deberes del cole juntos. Cuando me pregunta nombres de personas con tres “A” que se lo piden en los ejercicios de la clase a la que va con sus amigas.

Soy tan mayor que quiero ser más niño aún. Jugar aún más. Y escuchar canciones nuevas. No solo las cortavenas de siempre. Y tener menos responsabilidades de cambiar nada. Solo las que de verdad sean importantes, como hacer un bizcocho para el cumpleaños de mi hija. Soy tan mayor que quiero dar más abrazos, tener más amigos, y resolver más puzzles por el placer de resolverlos. Y gritar viendo la tele cuando mi equipo marca un gol. O el de mi hija, que también me vale. Y llorar con las películas en las que salen niños como siempre he hecho. Y escuchar cuentos. Los que me cuenta mi mamá. Los que me cuenten mis hijas. Meterme debajo de la manta. Y no ir al cole porque estoy vago. 

He pasado tantos años aprendiendo cosas que ya puedo comenzar a desaprenderlas porque quiero borrarlas y aprender nuevas. Quiero que estos 110000 años sean los mejores de mi vida hasta el momento. Mejor que todos los pasados, y peor que todos los futuros. Y mañana estar haciendo cosas que me gustan. Y al día siguiente también. 

Soy tan mayor que ya puedo decir que no sé nada de nada porque lo que aprendí en la primera mitad de mi vida ya no vale en la segunda. Como rebobinar cintas con un bolígrafo para ahorrar pilas en el walkman o ese movimiento de muñeca con el joystick del Amiga 500 para hacer el tiro del tigre en el Kickoff 2 cuando jugaba con mis amigos del barrio. Se me ha olvidado lo que tenía que saber cuándo fuera mayor porque ya ha pasado mucho tiempo desde que me lo dijeron. O porque ha caducado. Se me olvidó que tenía que ponerme traje y corbata. No me corté el pelo. No me porté siempre bien. Y me equivoqué demasiadas pocas veces para las que debería. Ya se me ha olvidado que tenía que ser una persona productiva para la sociedad. Y seguir todas las reglas. 

Así que, como soy mayor, he decidido disfrutar más cosas de las que no pude cuando era niño porque los profesores, las dificultades de la vida, las necesidades, las personas aburridas que dan lecciones de cómo hay que ser, me enseñaron a ser mayor muy pronto. Ahora quiero equivocarme muchas más veces porque no sepa muchas cosas de las que aún no existen o están por crear, lanzar o venir. Saber que no saber es bueno. Como un niño que aún está descubriendo cosas. Quiero salir al parque y que me enseñen los otros niños. Volver a coleccionar cromos. Y cambiarlos con niños desconocidos. Jugar con los coches a carreras en la arena por pistas torpemente hechas con las manos. Probar comidas nuevas. Aprender cosas nuevas que hacen otros niños. Hacer cosas nuevas con la tecnología. No perder a los amigos. Reír de más maneras y con más cosas. Incluso cantar. Y ponerme serio menos veces, que ya lo he sido más de las que me tocaba.

Y llorar cuando me duelan las cosas. Echar todas las lágrimas del tirón para que pueda volver a reír mientras aún caen las últimas gotas. Ya soy muy mayor para tomarme tan en serio todo. Para seguir cargando la mochila de las responsabilidades con las que nos cargan cuando nacemos. Con las expectativas de ser, hacer o llegar. Ya cayeron. Soy mayor. Ya me las puedo quitar, y decidir tomarme en serio las cosas importantes. Estoy en la segunda mitad, no sé si al principio o al final de esa mitad. Ya hice lo que “debía”. Ahora toca lo que “decida”.

¡Saludos Malignos!
Autor: Chema Alonso (Contactar con Chema Alonso)  

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Gustavo Genez

Informático de corazón y apasionado por la tecnología. La misión de este blog es llegar a los usuarios y profesionales con información y trucos acerca de la Seguridad Informática.