Con 110000 años ya soy mayor para poder ser más niño
Sí, hoy, es el día de mi cumpleaños. Y lo llevo celebrando ya dos semanas, y dos semanas más que me quedan por delante. ¡Que son un total de 110000 años los que cumplo! Y esta vez, por fin, me he dado cuenta de que ya soy mayor. Por fin soy mayor. Y es guay. Porque cuando fuera mayor iba a poder ser lo que quisiera. Así que desde hace tiempo decidí que ahora que soy mayor y pudo ser lo que quiera, quería ser más niño, y no hacer cosas aburridas de mayores aburridos que se aburren con cosas que solo son aburridas y no importantes.
Es lo bueno de cumplir tantos años, puedo ser más niño aún. Porque ya puedo decidir lo que quiero. Porque ya soy lo bastante mayor como para elegir portarme más como un niño. Y es que los niños sí que saben qué es lo importante. El abrazo y el beso de mamá. Montar en monopatín con papaete. Jugar, no hacer muchos deberes, comer pizza y ver series con las que reírse y emocionarse. Los niños sí que saben lo que es bueno. El chocolate. La música. Los acertijos. Y los dibujos. Y yo quiero hacer cosas de esas buenas. No hay que llegar a ningún sitio. Ni lograr más que disfrutar las cosas.
Porque ya soy mayor y puedo hacerlo. Soy lo suficientemente adulto para leer cómics. Muchos, muchos, muchos comics. Para vaguear. Para jugar con los amigos todo el día a las cartas, a las maquinitas, y a los juegos de mesa. Para comer frutos secos y ver películas de superhéroes sin dejar de emocionarme viendo a los héroes salvando el mundo. Aunque los malos se lo pongan difícil. Y para maleducar a mis hijas y dejarlas comer dulces conmigo mientras vemos una peli de animales que cantan y bailan. Que me inviten a jugar a sus juegos.
Soy lo bastante mayor como para irme a la piscina con los colegas. Como para reírme de los chistes malos. Los que que son muy malos. He crecido tanto, tanto, tanto, que quiero pasarme la tarde dibujando sin pensar en nada serio más que en que me salga bien mi muñeco. Y un rato leyendo. Y una mañana montando en monopatín. Y pensar en monstruos de colores, cuernos y escamas que son amigos de los hackers para luego escribir un cuento del Dragón Matías. Soy tan mayor que no me da miedo el futuro. Ni el pasado. Tan mayor que me da miedo (pavor) no aprovechar bien el día tan bonito que hace hoy. Aunque esté lloviendo y haga frio. Me preocupa no levantarme contento por la mañana y sonreír a la gente con la que me cruzo en la calle porque estuviera aburrido de la vida. De las cosas. De lo que voy a hacer ese día.
He crecido tanto como para “ajuntar” a todos los niños del parque y del patio sin importarme si son de un lado o de otro. O mayores o menores. Para jugar al fútbol y ser portero si me ponen de portero, o jugar al baloncesto con la escalera de un columpio por canasta y tirar el triple del final de partido sin pensar que es de vida o muerte. Y perdonar a los niños malos que me hicieron daño, porque al final eran solo niños. Para tomarme menos en serio a mí mismo. Y quitarle hierro y sangre a las cosas malas que me han pasado. Para perdonarme muchos de mis errores. Para darme cuenta de que los niños y las niñas tienen que ser niños y niñas, y no seres útiles de ninguna maquinaria endiablada para la producción de nada. Soy tan mayor como para acostarme pronto porque me gusta dormir, y levantarme pronto porque el día ya ha empezado.
Como para leer a medias con mi hija un tebeo de Los Simpsons – una página yo, una página tú papaete – y reírnos con las tonterías de Homer juntos. Tengo tantos años que siento que mi hija mayor es más mayor que yo. Y que mi mamá es mi amiga pequeña. Con la que hago los deberes del cole juntos. Cuando me pregunta nombres de personas con tres “A” que se lo piden en los ejercicios de la clase a la que va con sus amigas.
He pasado tantos años aprendiendo cosas que ya puedo comenzar a desaprenderlas porque quiero borrarlas y aprender nuevas. Quiero que estos 110000 años sean los mejores de mi vida hasta el momento. Mejor que todos los pasados, y peor que todos los futuros. Y mañana estar haciendo cosas que me gustan. Y al día siguiente también.
Así que, como soy mayor, he decidido disfrutar más cosas de las que no pude cuando era niño porque los profesores, las dificultades de la vida, las necesidades, las personas aburridas que dan lecciones de cómo hay que ser, me enseñaron a ser mayor muy pronto. Ahora quiero equivocarme muchas más veces porque no sepa muchas cosas de las que aún no existen o están por crear, lanzar o venir. Saber que no saber es bueno. Como un niño que aún está descubriendo cosas. Quiero salir al parque y que me enseñen los otros niños. Volver a coleccionar cromos. Y cambiarlos con niños desconocidos. Jugar con los coches a carreras en la arena por pistas torpemente hechas con las manos. Probar comidas nuevas. Aprender cosas nuevas que hacen otros niños. Hacer cosas nuevas con la tecnología. No perder a los amigos. Reír de más maneras y con más cosas. Incluso cantar. Y ponerme serio menos veces, que ya lo he sido más de las que me tocaba.
Y llorar cuando me duelan las cosas. Echar todas las lágrimas del tirón para que pueda volver a reír mientras aún caen las últimas gotas. Ya soy muy mayor para tomarme tan en serio todo. Para seguir cargando la mochila de las responsabilidades con las que nos cargan cuando nacemos. Con las expectativas de ser, hacer o llegar. Ya cayeron. Soy mayor. Ya me las puedo quitar, y decidir tomarme en serio las cosas importantes. Estoy en la segunda mitad, no sé si al principio o al final de esa mitad. Ya hice lo que “debía”. Ahora toca lo que “decida”.
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