Tiempo
La vida es muy larga, y a la vez es muy corta. Esta frase me ha rebotado durante toda mi vida dentro de la cabeza. Generando dentro de mí reacciones diversas y antagonistas. Reacciones que tal vez algunos de vosotros compartáis conmigo, o tal vez tengáis otra opinión. Dejadme que divague hoy un poco sobre estos temas relativos al tiempo.
La primera referencia que tengo en mi cabeza respecto al tiempo, tiene que ver con mi infancia. El tiempo corría muy despacio para mí. Tenía mucha prisa. Prisa por aprender, por hacerme mayor, por saber cosas, por sentirme independiente, fuerte. Comencé a estudiar informática con 12 años. Y también mecanografía. Escribía resúmenes de películas en libritos hechos con folios doblados. Con 13 años ya me apunté a competir en un concurso de jóvenes promesas de la informática en un programa de radio. Tenía ganas de aprender todos los lenguajes de programación posibles.
Tenía un Amstrad CPC6128 con el que aprendí CP/M, LOGO y BASIC, y quería un PC Compatible para aprender MS/DOS, Cobol, Pascal, C, Modula, lo que fuera, que los iba aprendiendo todas las tardes en la academia de mi barrio. Y todos los programas y cosas que fuera posible. WordStar, Symphony, Lotus, Harvard Graphics, todo. Ser joven se me hacía largo. Quería prepararme todo lo que pudiera, lo más rápido posible. Incluso me examiné del título de contable por la Comunidad de Madrid, haciendo Debes, Haberes y cuentas de Pérdidas y Ganancias. Y en los ratos entre estudios, quería leerme todos los libros del mundo habidos y por haber, además de los cómics que caían en mis manos.
Se me hizo muy largo. El tiempo parecía infinito. Cuando tenía 15 años, me aburría de esperar a ser mayor. A ir a la universidad. A descubrir el mundo. Recuerdo que se me hizo eterno el llegar a las 18 años. Había comenzado a las 12 años a irme a pintar pisos de chapuzas con mi padre, y no veía el momento de librarme de eso. De soltar el temple, el plástico, la brocha, la bigotera, el rodillo, y el pincel. De dejar de tirar gota a las paredes. De tener que quitarme con aguarrás la pintura plástica que se me quedaba pegada en los dedos. Quería ser capaz de buscarme la vida con cosas que me gustaran.
No me gustaba ir los lunes a clase y encontrarme pintura plástica aún agarrada a mi piel. No molaba nada. Hasta los 17 años mis trabajos fueron en la obra, donde acabé siendo albañil, como ya os conté en la historia del “albañil de los dedos sangrando”. Fue a partir de los 18 años cuando comencé a ganarme la ida dando clases particulares a chicos y chicas. Y sería a partir de los 20 cuando ya siempre fueron trabajos de informático, aunque para ello tuviera que trabajar gratis en mi primera empresa, poner los cafés y barrer el suelo. Era un upgrade con respecto a ser albañil. También se me hizo eterno esperar a ser capaz de ser independiente gracias a la informática.
La siguiente referencia del tiempo que tengo es la de conocer mundo. No fui a un hotel, ni volé en avión hasta los 25 años de edad. Eran lujos para otros. Mis vacaciones siempre eran viajes en coche – en furgoneta con colchones donde iba durmiendo, sin cinturón de seguridad, tumbado sobre unas colchonetas hinchables de piscina que iban apiladas encima de neveras, ropa, camping gas, y ropa múltiple -, para ir a hacer acampada libre al principio, luego Camping, (al Camping Catapum en Huelva) y algo ya más mayor, en apartamentos. Pero no recuerdo haber ido a un hotel o volar en avión. Eran muy caros para gastar dinero que no había. Así que cuando monté con 25 años por primera vez en avión iba muerto de miedo… Literalmente acojonado. El mundo se me hacía grande. Y yo me sentía muy pequeño.
Tuve que acostumbrarme a ello ya de mayor. Por trabajo. Y hoy en día he viajado tanto e avión, que me ha dado tiempo a cansarme de ello. También he visitado muchos, muchos, muchos países. Es una sensación extraña no volar hasta una edad tan mayor – aún se podía fumar en aquellos tiempo en los aviones -, y poder llegar a cansarme. Y lo mismo con los hoteles, donde he llegado a despertarme en una habitación de hotel sin saber en qué ciudad estaba, y tener que hacer memoria. También es verdad que he podido sentirme en casa en muchas ciudades extrajeras.
Me ha dado tiempo a vivir en el extranjero. A conocer algunas ciudades como si fuera guía local. A ver mucho mundo. La sensación que tengo es que, a pesar de haber comenzado tan mayor a volar y ver el mundo, he tenido tiempo suficiente como para valorar estar más en Madrid. Recuerdo sentirme perdido cuando regresaba de Jerusalem a Tel Aviv en coche por la noche y veía caer los misiles sobre la ciudad donde yo tenía que dormir. ¿Qué coño hago yo aquí si quiero estar de vuelta en Madrid ya?
Otra referencia que tengo con el tiempo es que no aprendí inglés hasta los 33 años. Vale, desde los 12 años en el colegio público aprendí el “I, you, he, she, it…” pero no a hablar inglés. No a ser capaz de entender nada. No a ser capaz de hablar nada. Hasta esa edad de 33 años no comencé a ser capaz de tener una charla con alguien en inglés. Y dar una conferencia. Y fue un dolor aprender tan mayor. Pero lo hice porque era una barrera para mí y no iba a dejar eso ahí sin superarlo.
Hoy en día es parte de mi día a día. Conferencias en inglés, reuniones, textos, comunicaciones, proyectos, mis películas, series y cómics, todas en inglés. Me dio tiempo para hacer mi carrera profesional en inglés incluso comenzando tan mayor. Aunque mis hijas se rían de mi acento y me enseñen cómo se dice trenza en inglés, que no lo sabía. Me hubiera gustado aprender de pequeño. Me costado menos tiempo. Pero para mí fue un logro conseguirlo, aunque me costara más tiempo. Tiempo que tuve que invertir para conseguir algo valioso para mí.
Llevo estudiando toda mi vida. Comencé yendo a la iglesia de Divino Pastor de Móstoles con 4 años a un parvulario de pre-escolar. Recuerdo el primer día, a la profesora Gladis, rezar el Padre Nuestro y aprender la “p” con la “a”. Después con 6 años tocaba EGB, luego hice el Bachillerato Unificado Polivalente de los 14 a los 16 años, y el Curso de Orientación Universitaria con 17. Fui a la Universidad con 18 años para hacer la Ingeniería Técnica en Informática de Sistemas con su Proyecto de Fin de Grado en la Politécnica de Madrid. Salí a los 21 años.
Y volví a los 30 a estudiar dos cursos de Ingeniería Superior en la URJC y hacer un Trabajo de Fin de Grado, lo que me tomó tres años más en total. Luego un año más para el Máster y tener el Postgrado, y el Trabajo de Fin de Máster. Y luego 4 años haciendo investigaciones y papers para el Doctorado participando en congresos por todo el mundo, que tuve que ir hasta China, pero al final lo obtuve con 38 años, después de invertir muchas horas, muchas noches, muchos ratos de tiempo libre. Se me hizo duro el final del doctorado. Y tuve una defensa de casi tres horas, lo que hizo que acabara exhausto al final del proceso.
No he dejado de estudiar nunca, ni la universidad. He dado conferencias, estuve como Director del Master de la UEM durante 10 años, y por el medio me saqué el Curso de Acreditación del Profesorado para dar clases en secundaria. E hice las prácticas en el mismo instituto en el que estudié mi BUP, COU e hice el Voluntariado Social en lugar de ir a la instrucción militar. Y al final, después de tantos años invertidos en la universidad, en la vida académica, me dio tiempo a recoger el cariño de mis dos universidades que me nombraron Embajador Honorífico en la Escuela de UPM, y Doctor Honoris Causa en la URJC.
Invertí mucho tiempo en mis estudios. Hubiera sido una medida de una magnitud tan grande si me lo hubieran dicho aquel día que entré en el parvulario para aprender desde cero, que no me habría entrado en la cabeza. Y aún así, después de invertir tantos años, me quedan ganas de volver a la universidad, de hacer papers, de volver a hacerme cursos. Probablemente el tiempo que he invertido en estudiar también ha sido tiempo invertido en divertirme, así que no me parece tan grande.
Comencé con 30 años a escribir mi blog. El lado del mal. Han pasado casi 20 años y sigo haciéndolo. Contando lo que vivo, lo que aprendo, lo que descubro, lo que investigo, los proyectos en los que me meto, o simplemente como pienso o me siento. No he terminado con él. Muchos días hacia atrás. Mucho tiempo invertido. Pero me ha dado tiempo de todo con él. A hacer de él la guía que lleva el ritmo de mi conocimiento, de lo que voy construyendo dentro de mí. De lo que voy descubriendo y de la persona en la que me voy convirtiendo.
Soy distinto día a día, mes a mes, año a año. Reconozco el aroma de lo que era y de lo que soy cuando leo un post antiguo. Soy capaz de descubrir lo que tiene de mí ese artículo, pero también soy capaz de ver lo que ya no soy, y lo que soy que no era cuando escribí el artículo. Puedo percibir el tiempo pasar en mí cuando leo un artículo de mi blog que escribí en el pasado. Puedo conectar incluso con las emociones y sentimientos que estaban en mí y descubrir las que ya no están. Percibo el paso del tiempo en mi blog con facilidad.
Hoy en día tengo ya 48 años. Y la sensación es que todo ha volado. Que realmente ha sido un suspiro. Que se va volando el tiempo. Que empiezo a despedirme de amigos que se han ido. Que da tiempo a todo, pero más vale que lo disfrutes, porque puedo recordar mi vida completa, año a año, casi mes a mes, en función de los hitos, las preocupaciones, los intereses, las acciones que realizaba, los proyectos en los que estaba involucrado, las charlas que estaba preparando, las conferencias que di, y de qué temas eran. Tengo la sensación de que no voy a poder hacer todo lo que tengo en la lista. En cerrar cosas que aún tengo abiertas. Cosas que aún no tienen final. Series que aún necesitan más temporadas. Y echo cuentas con los dedos pensando en lo que me va a caber en función de tiempo y energía. Ha sido un viaje. Es un viaje. Pero todos viajes duran un tiempo, y cuando además has tenido sustos, ya sabes que sí o sí, el tiempo se cuenta.
Tiempo. Siempre tan presente en mi vida. Para gastarlo. Para malgastarlo. Para protegerlo. Para invertirlo. Para usarlo con cabeza. O no. Para usarlo yo como quiera, sabiendo que muchas veces serán inversiones con compromiso para lograr algo después. Y otras momentos en los que se te escapa entre risas y abrazos. De lo mejor que he invertido el tiempo, sin duda, ha sido en dibujar monstruos con mis hijas, en llevarlas a patines y acariciarles las orejas. En abrazos. En charlas interminables. En una llamada de teléfono para saber de ti. O en una carrera con la bici solo por el monte. El tiempo tiene grados de calidad también.
Me ha dado tiempo a casi todo. Pero solo a “casi”. A equivocarme Big “Time”, a hacer muchas cosas, a acertar. No a hacer todas las que he querido, pero sí muchas de ellas. Me ha dado tiempo a esperar, a que llegara el momento, a hacerlo, a verlo pasado y pensar qué rápido paso. Tiempo, qué valioso me sigue pareciendo. He cambiado tiempo por dinero. Tiempo por conocimiento. Tiempo por alegrías. Tiempo por recuerdos. Tiempo por hacer proyectos. Tiempo por vida. Tiempo por futuro. Tiempo por todo. Tiempo, qué grande y qué pequeño eres a la vez.
¡Saludos Malignos!
Autor: Chema Alonso (Contactar con Chema Alonso)
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