Tarjeta amarilla por no compaginar bien vida personal y laboral
Cuando me pongo a realizar una tarea tengo un nivel de concentración y foco muy alto. Soy capaz de olvidarme del mundo alrededor mío en esos momentos. Concentrado con la mirada en la pantalla de mi ordenador, en mi libro, en mi cuaderno o mi cómic, son momentos en los que viajo en el tiempo. Con música que conozco en los oídos pero que realmente no estoy escuchando, con toda la potencia de cómputo de mi cerebro enfocada en la tarea, me aíslo de cualquier otro estímulo o emoción. No existe nada más que lo que estoy haciendo.
Supongo que esta forma de trabajar la desarrollé de joven cuando estudiaba en las cafeterías. Tenía poco tiempo, no podía perderlo, y tomarme un café y estudiar en una cafetería cerca de casa o esperando a que saliera mi novia de aquellos años de sus clases, me permitía sacar el máximo de lo que tenía que hacer por delante.
Desde entonces, cualquier sitio es bueno para mí, una escalera, el asiento de mi coche (como estoy trabajando ahora mismo mientras Mi Hacker v2.0 Teenager Edition y Mi Survivor hacen patines), unas escaleras, una sala en solitario escondida en cualquier edificio de Telefónica, un bar encontrado en mitad de ningún sitio. Cualquier lugar me vale. Solo necesito algo de tiempo, cobertura para tener conexión a Internet, y mi ordenador. Nada más.
Y cuando estoy concentrado en la tarea, me olvido casi hasta de respirar. Estoy concentrado en sacar algo, y lo tengo que sacar. Así que me pongo a ello, y van saliendo las cosas una tras otra. Un artículo, un prólogo de un libro, los correos del trabajo, las ideas personales, lo que debo a mis compañeros, jefes, amigos, clientes o colaboradores. Mis cosas de aprendizaje, mis planes de ocio, o lo que tenga que hacer, que en mi caso es una cola que se mezcla una con otra. Intensidad de una actividad a otra.
Llevar este ritmo de combate a veces me cuesta caro, y mi cuerpo me suele avisar de vez en cuando. Me da un toque para que me tome más en serio el descanso, el deporte, o el relax. Me dice: «Hasta aquí, majete.» Y me tumba. Me tumba lo suficiente como para que no pueda moverme. Como para que no pueda subirme al coche e ir a trabajar al día siguiente. Como para que tenga que quedarme en cama. Hecho un ovillo. Haciendo el bicho bola. Sin ganas de probar una nueva idea. A callar.
Esta semana ha tocado toque. Después de acabar con dos tres semanas de mucha actividad, de dar conferencias en muchos sitios, de bailar al son de muchas músicas. De muchos bailes. Rápido. Lento. Al compás. Con un solo de guitarra. De sacar mucho trabajo. De muchos planes que han salido bien. De muchas cosas que están totalmente a medias. De muchos cambios de volantazo a mitad de la curva para que el coche no pierda tracción. Después de todo esto, el cuerpo me tumbó el fin de semana pasado.
Me llevó a la cama para que no pudiera levantarme, y he pasado una semana a medio gas donde solo a partir del jueves he podido recuperarme para estar bien el viernes, y hoy por fin levantar cabeza y hacer algo de deporte, y no morir en el intento. Pues como los ciclistas viejos, sabiendo que no tenía pila en la batería, he ido dosificando todas las actividades para mantener el coche en movimiento. He ido dosificando reuniones de teletrabajo, cancelando las que podía, o cambiando los horarios. He reducido actividades extras. Me he exigido menos en mi ritmo de trabajo. He buscado eficiencias en los movimientos. Me he puesto a rueda y he dejado que me llevaran.
Al final, he salido vivo una semana más. Con viaje a Barcelona de madrugón para dar una charla que incluyó perdida de mis AirPods en un taxi y recuperación con una operación jaula en remoto que os contaré en más detalle porque merece la pena la historia. He sobrevivido a otra semana de artículos en el blog, y a cumplir hitos comprometidos en muchas cosas. Pero os prometo que durante estos días he llegado a plantearme «reducir mis actividades».
Es verdad que hoy, liberado del castigo que me ha infligido mi cuerpo por no ser chico bueno, me siento con ganas de hacer muchas cosas, pero tengo claro que el castigo me lo tenía merecido por no hacer ese balance entre vida personal, cuidados, deporte, descanso y trabajo, que tanto me empeño en hacer. Me he concentrado en la tarea de trabajar, he llenado la agenda de compromisos laborales. De actividades urgentes que no han dejado hueco a las importantes en el discurrir de la jornada. Y me han sacado tarjeta amarilla.
Por eso insisto tanto en que poder mantener un buen ritmo de trabajo, los horarios diarios tienen que ser sostenibles. Deben estar compaginados con la vida personal, con el cuidado de uno mismo, deporte, amigos, ocio, para que se pueda rendir al máximo en tu vida laboral. Yo hago muchas cosas siempre, y me encanta, pero para poder hacerlas necesito dejar de hacerlas cada poco, para hacer las mías en Round-Robin. Es decir, si tu trabajo no deja hueco a tu vida, vas a acabar rompiendo por el hardware, o por el software, y eso es malo para ti y para todos los que te rodean.
Yo, como sabía que me estaba pasando, asumí el castigo, no protesté al arbitro, me comí la multa, acabé la semana como pude, y este fin de semana ya estoy organizando la semana que viene para que no me caiga otro castigo, que ya sé lo que me viene si no lo hago así. Y os lo cuento, porque seguro que alguno de los que me leéis podéis entender bien lo que os cuento, ¿verdad?.
¡Saludos Malignos!
Autor: Chema Alonso (Contactar con Chema Alonso)
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