La página en blanco
No sé ni cuántas veces me he enfrentado a la página en blanco. A este enemigo que tienes que vencer cuando eres escritor. Y es cierto que no soy un escritor profesional, pero venir a escribir todos los días en este blog es una responsabilidad similar. Además, conozco a muchos de los lectores que venís a este espacio a ver qué he publicado hoy. A ver qué estoy haciendo. A ver cómo me va. Hoy es uno de esos días.
El cansancio del año que llevamos recorrido, sumado al incremental de muchos años corriendo y se ha tatuado en mi piel, han hecho que esté costándome un poco más tener tiempo de calidad para sentarme a miraros a los ojos a través de esta página en blanco y contaros cosas. De esas que yo cuento a varios niveles de profundidad. Algunas en línea de flotación, otras en las simas abisales solo al alcance de seres más únicos. Algunas solo para mí en el centro de la tierra.
Y no creáis que no me gusta escribir. Claro que sí. Es una forma de comunicación que me fascina. Es una forma de dar una charla usando solo letras. Solo que yo me siento más cómodo en un escenario. Alimentado por los ojos de la audiencia. Retado por la adrenalina del tiempo real. No se puede borrar una palabra en el escenario. No se puede parar a pensar mucho. El reloj está corriendo. Es más instintivo. Más automático. Más desde la médula que del hipotálamo. Más desde el bulbo raquídeo que desde la parte racional.
Cuando escribes puedes borrar. Cambiar. Mover un párrafo de arriba abajo. Elegir una palabra polisémica para inducir un doble sentido al lector. Usar términos y referencias que solo significan algo para algunos y abrir una bifurcación en la narración que no sigue la totalidad de los lectores. Como una fase oculta del Quake II. Esa que solo pueden seguir los iniciados. Los que tienen un mapa. Información privilegiada. Para que entre en esa sala sólo quién tú quieres. Que venga a poder tener esa mirada que tú quieres sobre la narración escondida. Donde además, las palabras han sido enlazadas con mimo para que tengan música, para que formen una canción. Esa canción que lleva asociado un recuerdo. Que deja, además, una sensación, un sentimiento, un sabor, que solo puede encontrar algún lector. Un huevo de pascua.
En las charlas también se puede hacer. Se eligen bien las palabras. Las demos. Las frases. Los mensajes. Se pone la música. Se hace una pausa dramática. Un gesto de la cara para inducir una interpretación contraria a lo que se dice, que cortocircuite el hilo de la narración. Que haga que los cerebros de los espectadores tengan que parar, retroceder, y volver a analizar la narración. Que se despierten. Es la diferencia entre dar una charla tirando las diapositivas una tras otra, y preparar una charla. Para poder decir una cosa y lo contrario a dos personas distintas al mismo tiempo, y las dos lo hayan entendido perfectamente.
Las herramientas cuando estás en el escenario son más mi elemento. Es verdad. Tener el cronómetro a mi lado – o en mi contra – haciendo tic-tac marca el ritmo del latido de mi corazón. De mi adrenalina. De mi voz. Y tener un retorno inmediato de la audiencia, sabiendo si algo ha sido entendido, si un cortocircuito se ha producido, si alguien ha encontrado el huevo de pascua, te permite ajustar el ritmo, el volumen, y hacer modificaciones en tiempo real de lo que quieres contar. No está escrito. Ellos no saben el final. La narración es como los libros de “Elige tu propia aventura”. Solo que la elijo yo en el escenario y sobre la marcha.
También, he de decir y confesar, algunas charlas, las construyo para ser narradas, representadas, emitidas y no ser modificadas por nada de lo que pase en el tiempo real. Pensando en la grabación que va a quedar, más que en el momento de su emisión. Pensando que la audiencia no son sólo las personas que están en frente en ese momento, sino las que estarán a lo largo del tiempo y los años venideros viendo ese vídeo. Como si en ese momento estuviera en un plató de televisión grabando un programa o un capítulo de la serie que va a quedar para años venideros. Para que lo vea gente de forma asíncrona. Para que lo vea gente que sé que no está delante de mí en ese momento. Como un mensaje enviado en una máquina del tiempo que sé que en el futuro va llegar a su destino. Con tiempo. Llegará.
Con la página en blanco y los artículos que escribo contando cosas mías, dando opiniones, contando cuentos o narrando aventuras, también hago lo mismo. Solo que no contar con los mismos recursos que tengo en el escenario exige otra disciplina. Otra forma de trabajar la materia prima para conseguir construir el mensaje, ponerlo en órbita y hacerlo llegar. Yo, adicto como soy al tic-tac del reloj, marco mi ritmo con la publicación diaria de mi artículo de este cuaderno de bitácora, pero el tener la posibilidad de rectificar, de cambiar, de elegir cada coma, cada pausa, cada imagen metafórica que puedo meter en esto que estás leyendo, hace que el trabajo sea mucho más intenso, más largo, más difícil. Mucho más difícil.
Al final, una charla de una hora me ocupa menos tiempo que un texto de dos páginas aquí en el blog. Una charla de una hora es elegir las escenas, el vestuario, la iluminación, la música, el guión, y luego tirar de años de representación para actuar acorde con el guión. Y el tic-tac del reloj saca de mí lo que durante largo tiempo he practicado y trabajado. Con la página en blanco, el mensaje es más directo, y si quieres colarlo de estraperlo en la mente de una, varias o todas las personas que lean tu texto, lo vas a tener que esconder en menos letras. Y crear las puertas secretas para llegar a los diferentes finales de formas mucho más sutiles.
Además, la página en blanco es muy peligrosa. Si te descubren el mensaje porque es muy claro pierde la gracia. Te cazaron. Como cuando la letra de una canción es demasiado evidente. El autor ha caído. Tiene que ser difícil. Tiene que ser una interpretación más que una lectura directa. Hay que conseguir que las frases se cuelen subrepticiamente en tu cerebro. Que sea como una idea que nace dentro de cada uno. Una idea de la que no se puede defender porque ha nacido dentro de esa persona. Como si fuera un nuevo Origen. Que sea armónico el envoltorio. Que encaje en las rendijas de entrada que deja la barrera de protección por defecto que todos tenemos. Hay que construir bien los sueños.
Supongo que robo muchas de esas herramientas que uso cuando me siento frente a la pagina en blanco al mundo del cine y a la música. Quemando Spotify. Me anoto en secreto a nadie frases de canciones que puedo usar para guardar mensajes. Para componer páginas en blanco. Y un día me siento y las ordeno. Las cambio. Las mezclo dentro del caldero de mis propios pensamientos, lo remuevo sin agitar, y voy pintando las letras para escribir algo como lo de hoy.
¿Y cuál es el mensaje de hoy? ¿Cuál es el fin de este texto que he escrito? Pues debería ser evidente que es lo que os quiero decir. Pero a lo mejor no has encontrado las fases ocultas. No encontrado las referencias. Los objetos que puedes utilizar para abrir las puertas que debes encontrar. Como en el Monkey Island, quizás debas utilizar la cabeza de mono con la quilla del barco, o tal vez coger la bola con las manos y salir del fondo del río. Y es que lo bueno de GuyBrush es que el juego no acaba hasta que tú dejas de jugar. Mientras que sigas jugando la partida continua. No te matan. No te mueres. Siempre puedes acabar el juego, aunque comience con una página en blanco.
¡Saludos Malignos!
Autor: Chema Alonso (Contactar con Chema Alonso)
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