Seguridad

Cómo la venta de fármacos ilegales en Internet casi se lleva la vida de mi hijo. Una historia real.

Soy padre de tres estupendos hijos, apasionado por la informática, robótica, electrónica, y tecnología en general. Trabajo como técnico de fotocopiadoras desde hace 20 años, configurando impresoras en red, escáneres, administrando equipos. Vamos, el típico que toda su familia y amigos recurren cuando tienen un problema con su portátil. Eso sí, nunca me han interesado las redes sociales, siempre he creído que la gente solo se mete para perder el tiempo. Yo soy “técnico”, tío paso de esas cosas. 

Figura 1: Cómo la venta de fármacos ilegales en Internet
casi se lleva la vida de mi hijo. Una historia real.

Un tío que me creía súper-máquina cuando mi hijo con 15 años recurría a mí para que le configurara cualquier cosita de su portátil. “Papi, ¿me puedes ayudar con mi ordenador, por favor?”. Me sentía fuerte. Pero la vida me tenía preparada una desagradable sorpresa, que os voy a contar para que, si vosotros tenéis hijos, estéis atentos a estas cosas.

Mi hijo de 15 años tiene problemas desde hace años de ansiedad y depresión. Es un adolescente como muchos otros que tiene que pasar por sus psicoterapeutas de salud mental semana sí, y otra también, para tratar de minimizar sus problemas de salud, y un día nos ofrecieron que asistiera a terapia de grupo. Ale, que así se llama, tenía 13 años, y era el menor de un grupo de unos 10 adolescente con problemas parecidos al suyo. Ale era el único niño del grupo que no estaba sometido a ningún tratamiento de fármacos prescrito por sus facultativos, y en algún momento debió pensar para sus adentros “Si me medico, seguro que me encontraré mejor“.
A partir de ahí, todo se aceleró. Un día lo encontramos ido, dubitativo, algo desorientado, bastante nervioso, y ese fue el día  que comenzó nuestro descenso hacía los infiernos. El estado de desorientación no desapareció, se quedo junto a él, perenne, al igual que su nerviosismo, su ausencia, su tristeza, nuestra tristeza. Comenzó nuestro estado de alarma. 

No sabíamos qué pasaba, y para aislarlo, le prohibimos salir a la calle, e incluso asistir a clases, pero esa “embriaguez” crónica persistía. Él, como respuesta, comenzó a escaparse de casa. Pasamos a un nivel se seguridad más alto. Puerta cerrada con llaves, y llaves custodiadas. Pero la cosa seguía empeorando, y un día encontré a mi hijo inconsciente en la cocina. Lo reanimé, pero no se mantenía en pie, así que lo llevé como pude a la cama.

Los hechos se hicieron crónicos, y sabíamos que algo iba mal. Había tomado algo, pero no sabíamos qué era. No sale de casa, no dejamos que nadie lo visite, no le damos dinero, pero seguía igual. Es en ese momento cuando su psiquiatra le prescribe por primera vez ansiolíticos y antidepresivos, aunque él cree necesitar algo mas fuerte.

A partir de ese momento, comienzan las autolesiones, con cortes en brazos, piernas, abdomen, cualquier dolor que le haga olvidar por unos minutos esos pensamientos que rondan por su cabeza, y el pasado 26 de septiembre, se levanta mas desorientado de lo normal. Apenas sabe dónde está y a duras penas puede mantenerse despierto. Llamamos al 112 y nos llevan al hospital. Lo ingresan en observación para monitorizar sus constantes vitales. A las 36 horas y tras la revisión de un psiquiatra de guardia nos dan el alta hospitalaria. Nos vamos para casa. 

En ese momento, mi hijo Ale, cansado, abatido, sin fuerza, me confiesa que ha estado tomando mas antidepresivos de la cuenta. Que se sentía mal y para no preocupar a la familia, se lo estaba pidiendo a unos amigos a escondidas por Internet.
Al día siguiente, 27 de septiembre de este año, apenas unas horas de que hubiéramos regresado del hospital, nos disponemos a cenar todos juntos. Enseguida percibimos que le cuesta articular palabras, sus movimientos son cada vez mas lentos, mientras intenta comer sus ojos se van apagando, su mirada perdiendo.  Esto nos rompe, y reaccionamos emocionalmente recriminándole que lo haya vuelto a hacer. Su mirada daba miedo, cada vez más perdida, su cuerpo se desinfla, sus músculos van cediendo lentamente. Se sienta en el suelo, intentando masticar algo de comida que le queda en la boca, su fuerza no le da para más.
Enfadado, preocupado, molesto, nervioso, lo metemos en el coche, y lo lleva mi mujer mientras yo me ocupo de los pequeños en casa. A los 10 minutos llamo a mi mujer: 
– ¿Qué tal? ¿Habéis llegado?. 
– Sí, pero se han llevado para dentro y cuando he regresado de aparcar ya no lo veo. Nadie me dice nada.
A los 40 minutos, sale un doctor para comunicar a mi mujer que nuestro hijo ha llegado en parada respiratoria. Solo 3 minutos mas tarde y hubiera fallecido. Le hna podido reanimar y le han hecho un lavado de estómago. No saben cómo va a reaccionar. 
En ese momento recordamos que por nuestra cabeza paso meterlo en la cama y dejarle recuperarse solo, como castigo por tomar lo que fuera. Si nos hubiésemos entretenido en cualquier cosa. Si no lo hubiésemos llamado para cenar. Si hubiésemos decidido darle un baño o llamar al 112 y esperar a que vinieran. En todos esos escenarios nuestro hijo hubiera fallecido antes de llegar al hospital. Pero esto, desafortunadamente, no iba a quedar aquí. Otra parada respiratoria. Los médicos nos apartan. Solo escuchamos: “¡No respira!, ¡No respira!”.

Nos rompimos. 

No os quiero narrar toda la desesperación del momento, pero os podéis imaginar que fueron los peores minutos de nuestra vida. Gracias a Dios, lo volvieron a reanimar, le cambiaron la medicación y su respiración fue tomando forma poco a poco, minuto a minuto. Fueron prácticamente dos días, cogidos de la mano de nuestro hijo, mirando sin pestañear aquella máquina de monitorización. Sus constante vitales se fueron estabilizando, y su mirada empezó a recuperarse. Salimos, rotos, de aquellos minutos, pero sobrevivió. Esta semana ha fallecido otro chico con 14 años, entró en el hospital en la misma situación que mi hijo, pero desafortunadamente él no pudo salir.

La venta de fármacos ilegales por Internet usando BitCoin
Ahora viene lo que concierne a este mundo de tecnología, y por lo que escribí al buzón público de Chema Alonso para pedirle ayuda y consejo.
Días después empecé a salir de aquella pesadilla y me pregunté cómo habíamos podido llegar hasta aquella situación. Así que, como soy técnico informático, comencé a rastrear su portátil y su móvil. En un principio no encontré nada. No parecía haber nada raro. Ningún mensaje extraño. Ningún contacto raro. Hasta que tropecé con una dirección de correo electrónico sospechosa de la que empecé a tirar del hilo. 
Rastreé esa dirección de correo electrónico en Google y para mi sorpresa se anunciaba en multitud de páginas de compra-venta de todo tipo de medicamentos. Gracias a ello, encontré un numero de teléfono en los anuncios asociados a esa dirección de e-mail por el que le hacían los encargos a través de Whatsapp.  Investigando un poco más, encontré a otro tipo que hacia los mismo, y hasta di con una pagina oficial bien trabajada. 

Este fue el inicio para acabar descubriendo este mundo de la venta ilegal de medicamentos para personas como mi hijo. Encontré numerosos grupos de Whatsapp que se hacen llamar “Amigos para la ansiedad”, donde te captan. Después, en mensajes privados te incentivan para que le compres fármacos a precio de oro.

También perfiles de personas que te hacen recetas de cualquier fármaco y dan su número de cuenta bancaria para que le ingreses el dinero. Otros te dan información de qué cajeros tienes en tu ciudad y cómo canjear el dinero metálico en BitCoin. Le haces el pedido, les pagas en BitCoin, te lo llevan a tu casa y esperan que los padres salgan de casa para entregar la “mercancia“.  Otros se anuncian en plataformas como Tik-Tok, ó mediante grupos de TelegramSuministradores de sustancias ilegales en toda regla para menores.

Preocupado, y alentado por todo el mundo envuelto en este caso, me preparé un dosier con números de teléfonos, direcciones de e-mail, direcciones IP, dominios DNS de Internet, proveedores de hosting, geolocalización de las IP, URLs, capturas de pantallas de anuncios, grupos de mensajerías, etcétera. Todo lo que había podido acumular durante muchas horas de investigación. Presentamos la denuncia en jefatura y aunque tenían muy buena intención, de sus palabras quedaba claro perfectamente la falta de herramientas, recursos, personal y capacitación en este campo para que ellos pudieran investigar de manera eficiente a estos criminales.
Fue entonces cuando me puse en contacto con Chema Alonso para que me asesorara un poco por donde tirar. Y decidí escribir esta historia como aviso para todos los lectores, como forma de denuncia pública, y como petición de colaboración de todos para evitar que más jóvenes caigan en garras de estos vendedores de fármacos ilegales, porque como él me dijo “Solo tenemos una vida y no hemos venido a este mundo para rendirnos”.

Desde este momento mi actividad diaria es luchar contra los malos, investigar, rastrear, y denunciar. Aportar mi granito de arena para que Internet sea un sitio más seguro. Un sitio cultural, de divertimiento, globalizado. Ánimo a todos, a hacer lo mismo, para que estos indeseables no se lucren más a base de muertes, penurias, y desgracias. 

Atentamente,

Autor: Jose Antonio López Camacho (padre y tecnólogo frustrado)

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Gustavo Genez

Informático de corazón y apasionado por la tecnología. La misión de este blog es llegar a los usuarios y profesionales con información y trucos acerca de la Seguridad Informática.