Niños y redes: las consecuencias de renunciar a la educación
Una investigación comisionada por el regulador británico Ofcom demuestra que un tercio de los usuarios de internet de entre ocho y diecisiete años mienten sobre su edad y se atribuyen más años de los que tienen, lo que tiene un importante efecto a la hora de intentar prevenir abusos de todo tipo, uso de publicidad hipersegmentada y otros comportamientos potencialmente nocivos, así como la responsabilidad de las compañías al respecto.
La investigación muestra lo que ya todos prácticamente sabían: que un porcentaje elevadísimo de usuarios jóvenes mienten para poder acceder a determinadas redes o servicios, en muchos casos con la complicidad de unos padres que tratan de evitar que sus hijos se vean marginados frente a un entorno en el que muchos de sus compañeros ya tienen acceso, lo que resulta en que, dado que sus perfiles siguen cumpliendo años con ellos, se conviertan en usuarios teóricamente adultos de más de dieciocho años cuando, en muchos casos, tienen tan solo trece o catorce.
El problema, obviamente, no es de unos usos y costumbres que hacen que el atractivo de los contenidos, productos y servicios en la red atraigan a perfiles jóvenes – que, por otro lado, tiene. contacto con la red desde mucho más jóvenes y la utilizan para todo, desde ver vídeos cuando son pequeños hasta buscar información para trabajos de clase – sino de un sistema educativo que, de manera completamente consciente y negligente, renuncia al deber de educar a los más jóvenes en el uso de la red, y prefiere, porque le resulta más cómodo, prohibir los smartphones en los colegios. Una irresponsabilidad patente que redunda en una sociedad en la que los más jóvenes aprenden a usar la red de manera informal, dependiendo de lo que se cuentan unos a otros o de lo que sus padres son capaces de transmitirles.
El contrasentido es evidente: hay planes de estudio que enseñan a los niños a programar, a fabricar robots y a imprimir en 3D, pero que no son capaces de introducir el smartphone en el proceso educativo, de ayudar a desarrollar pensamiento crítico o de transmitir las normas o las precauciones más básicas en el uso de la red. El equivalente a lo que sería enviar a nuestros niños solos al colegio caminando, sin haberles explicado ninguna norma de circulación ni las precauciones más básicas. El resultado es una sociedad de ingenuos, que no solo se exponen a peligros en su relación con terceros malintencionados o con compañías irresponsables, sino también en su relación con la información.
No hay nada más lógico: si una tecnología se difunde en la sociedad como se difundió internet, renunciar a educar en ella de manera estructurada como parte del proceso educativo reglado es completamente absurdo e irresponsable, y solo puede acarrear consecuencias negativas. Consecuencias que, lógicamente, no se evitan simplemente multando a las compañías que ofrecen esos servicios (que ya de por sí, además, no son ningún paradigma de buen hacer o responsabilidad), porque además, trabajan con información ya falseada en sus orígenes. Legislar tratando de introducir barreras a la participación de los menores en la red tampoco arregla las cosas, porque lo lógico no es convertir la red en un «objeto de deseo» al que solo se puede acceder con una edad determinada, sino educar en su uso desde las etapas más tempranas, para que su uso se normalice.
La investigación de Ofcom debería llevarnos a una reflexión social profunda: no podemos abstraernos de la realidad y pretender que vivimos en un mundo ideal en el que todos accedemos únicamente a aquello que por ley podemos acceder. Ni el mundo es perfecto, ni las leyes lo son, y deberíamos, simplemente, normalizar las cosas que, desde hace mucho tiempo, son ya normales. El mismo niño que se entretiene viendo vídeos de Peppa Pig en YouTube desde los dos años y que busca cosas en Google o Wikipedia desde los seis, es el que a los ocho pretende subir vídeos a TikTok, ver fotos en Instagram o jugar a Fortnite. Y que lo va a hacer, por culpa nuestra, sin tener ni la más mínima idea de cómo afrontar el uso de unas plataformas que, por sencillas que sean, requieren unas precauciones y una cultura de uso básica, que debería ser enseñada como un contenido más.
Me he hartado de decirlo: no enseñamos Física a los niños para que se conviertan en físicos, sino para que entiendan un mundo gobernado por las leyes de la Física. Del mismo modo, debemos enseñar tecnología a los niños porque viven en un mundo del que la tecnología configura una parte importantísima y creciente. Y eso debería incluir una ambiciosísima reforma del curriculum educativo desde edades muy tempranas, para configurar una generación que normalice su relación con la red, que entienda no solo sus posibilidades, sino también sus peligros. Y mientras no lo hagamos así, seguiremos teniendo problemas de adaptación.
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